Los xaxos y el mirlado en Canarias
Los aborígenes de Canarias dominaban técnicas de preservación de los cadáveres, aunque no es correcto del todo llamarlo momificación puesto que este término deriva de la palabra egipcia para designar a la brea, utilizada para tal fin, pero los canarios tenían su propio método llamado «mirlado«. Los cuerpos conservados mediante este método en Canarias son llamados «xaxos«, que se puede traducir como desecados, una práctica que sólo se podían permitir los nobles o aquéllos que tuviesen medios para costeárselo. A mayor posición social, más cuidada y elaborada era la metodología a usar.
Tristemente, es poco lo que se conoce acerca del proceso de mirlado, siendo información fragmentada en parte de tradición oral y en parte por referencias de historiadores, aunque son suficientes como para hacernos una idea de como se llevaba a cabo. Se sabe que fue utilizado desde el siglo III y que sólo se practicó en algunas islas, de las cuales Gran Canaria y Tenerife son las que más perfeccionaron la técnica.
Tal y como nos relata fray Alfonso de Espinosa en su crónica del siglo XVI, el fallecido era despojado de los órganos internos y a continuación se lavaba el cuerpo. Entonces se preparaba una mezcla de mantequilla, corteza de pino, polvos de breo y una serie de especias. Luego se dejaba el cuerpo al sol durante un periodo de cinco días, tras los cuales era envuelto en pieles y cuero. El relato de fray Juan Abreu Galindo es casi idéntico, pero agrega el lavado del cuerpo con agua fría cada dos días durante el secado, y después del lavado se le volvía a untar la mezcla de hierbas y especias.
Otra forma de secado era introducir el cuerpo en un agujero en la arena, bajo el cual se enterraban brasas y piedra pómez para conservar el calor. Este proceso duraba quince días y eliminaba cualquier resto de agua o humedad en el cadáver.
Cuando el mirlado finalizaba, se tomaba al difunto y se le dejaba en una cueva descansando sobre una cama hecha de ramas, luego la cueva era sellada mediante grandes piedras en la entrada para protegerla del clima y los posibles carroñeros. La cueva llevaba un símbolo distintivo, y este mismo símbolo era después pintado en un banderín para sus familiares, para que pudieran identificar la cueva de su difunto.
Sobre quienes eran los encargados de llevar a cabo el mirlado, en un principio se pensó en que debía ser trabajo de los sacerdotes, pero las tradiciones orales nos hablan de que era tarea de los iboibos. Los iboibos, que solían vestir largas pieles y pintar sus caras de blanco, por su condición de tratar a menudo con cadáveres eran vetados por sus vecinos, y estaban obligados a residir lejos de las poblaciones. Su trabajo preparando a los difuntos se realizaba sin hablar ni dirigir la palabra a nadie, en absoluto silencio.
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